Carlos Blanco Aguilar, 3º de Primaria

Unos niños muy corrientes, que jugaban a cosas corrientes, que les gustaba comer cosas corrientes  y vivir una vida corriente, eran mis vecinos, Pablo y Juan, apellido: Corrientil, Salmón.

Ahora ya no son mis vecinos, se fueron a una escuela muy refinada, aunque yo pienso que sus padres los llevaron a un internado donde nada es corriente. Un día, por primera vez desde que se fueron, me llamaron por teléfono. Lo cogí:

Diga …

Soy Juan, Diego. Nos ha pasado algo increíble.

¿Qué?

Y me contó una historia que no era ni un pelín de corriente:

Mira, Pablo y yo queríamos salir a jugar, pero nuestra profesora no nos dejaba. Cuando se retiró a sus “aposentos” – la cocina – intentamos escapar. La puerta la había cerrado con llave, pero nos arreglamos con la ventana. Salimos con la pelota en la mano, estuvimos encestando, pero… ¡Tiré muy fuerte y la pelota se fue muy lejos del patio! Sentía  como si una anaconda me estuviera estrujando, poco a poco…

¿La recogisteis?

No

¿Por qué?

Había atravesado los terrenos del colegio. No podíamos.  Pensamos en qué podíamos hacer. Era la única pelota de todo el colegio.

Entonces… ¿se os ocurrió algo?

Nada. Pero en ese instante vimos, con horror, una niña montada en un globo normal. La niña  bajó del globo cogió la pelota y volvió a subir. Le tiramos piedras para que nos devolviera la pelota, sin éxito. Después, encontramos una flecha del set de tiro con arco, la lanzamos hacia la pelota y…

¿Qué pasó?

Ella lo entendió todo. Bajó del globo, nos dio la pelota y dijo algo parecido a <> y subió al globo y se fue.

Pensé que esa niña no era nada corriente.